Trastorno de home office

11.04.2020

Foto de FЯE


Por Enrique Villalon


Trabajar desde casa nos ayudó al principio para liberar pendientes, durante la primera semana de home office logramos un hito en el departamento de auditoría de finanzas. Los cuatro elementos que lo integrábamos tuvimos el mejor índice de producción desde que nos contrataron. Era la primera semana en mucho tiempo en que no teníamos reportes de indisciplina por beber alcohol en el cubículo o pelear por el último cartucho de tinta para impresora. Cada mañana de rendición de cuentas por video llamada con el jefe, mostrábamos una imagen pulcra y nos comunicábamos como gente civilizada.

Al inicio de la cuarentena me gustaba la tranquilidad y el silencio. Eso en mi caso porque vivo solo. Cuando estaba la oficina me volvía loco el sonido de las teclas al ser presionadas en la computadora. Odiaba el olor a café que me impregnaba la ropa y la bocina del techo con anuncios me hacía sentir como en la barraca de un campo de concentración. Trabajar desde casa fue como desactivar esa bomba de tiempo que me haría quemar mi cubículo algún día.

Lo único que extrañaba era ver a Linda, de sistemas. También a Cristian y sus cocteles con tequila después de la comida.

Mario y Castro me agradaban como compañeros, pero me sentía mejor al no verlos durante la cuarentena. Ahora creo que cada uno recibía descanso de los demás. Algo que no necesariamente significaba una mejoría.

Durante diez años el departamento desarrolló una resistencia al ambiente tóxico de las oficinas. Mientras hubiera alcohol, peleas y nadie entrara al cubículo del otro sin antes solicitarlo por correo, nuestra salud mental iría bien.

Es verdad que dentro de la fábrica en que trabajábamos éramos algo así como miembros de una lista negra. Si manteníamos el puesto era porque guardábamos información de primera mano para poner en riesgo la reputación de algún jefe y hasta gerente. Ya sabes, evasión de impuestos, uso de utilidades de los departamentos para viajes personales, cheques de honorarios para alguna amante, compra de comidas con cargo a los gatos de materia prima.

Fuera de los chantajes y el comportamiento improductivo, que quede claro, éramos buenos muchachos. Sí, un pendiente aquí y otro allá, pero al final del año hacíamos quedar bien a la fábrica frente a los perros de hacienda.

Ninguno de los cuatro pudo advertir el desplome en la tercera semana de home office.

Uno debería enloquecer tras la jubilación, eso si no se llega al suicidio, pero Mario, Castro, Cristian y yo dejamos de ser los mismos en la cuarentena.

Quienes alguna vez tuvieron trato con nosotros podrán decir que ya estábamos trastocados o que había un corto circuito en nuestras cabezas. Ellos pueden irse a la mierda. Éramos un caso, solo eso. Para sobrevivir al ambiente de oficina, ya lo dije, hay que tener los resortes de la cordura un poco flojos.

Castro vivía obsesionado con la revolución cubana y tenía un blog de internet en el que posteaba sus "ideas subversivas". A veces hacía cadenas de correos y los distribuía entre cada trabajador de la fábrica, instaba a la huelga y a "cortar la cabeza del oligarca al mando de la gerencia". Nadie lo tomaba en serio. Su puesto no peligraba gracias a que era sobrino del director de finanzas.

Mario profesaba la religión del orden. Sacar de su puesto establecido las tijeras, alguna pluma o modificar las etiquetas de colores en el papeleo lo hacían estallar. Tomaba su silla y la lanzaba al cristal de la puerta de entrada en la oficina. Al cuarto ataque de furia dejaron de poner cristal nuevo.

Cristian era quien amenizaba las tardes con sus tragos. Además de eso podía conseguirte cualquier cosa, boletos para el estadio, tuppers, televisiones, y guardaba la mercancía en el baño. Los módicos precios que manejaba hacían que nadie lo molestara.

Y yo. Pues yo había entrado como infiltrado para conseguir información que contrarrestara lo que ellos sabían. A los dos días me rendí. Además, yo empezaba las peleas por los cartuchos de tinta, hacía apuestas y me llevaba una gran tajada.

Pues bien. Hoy los chicos que conocí se han perdido en el vacío mental de un trio de cuerpos dando resultados del primer trimestre y elaborando tablas con predicción de gastos. Se convirtieron en lo que juramos destruir. En mi caso, mantengo la esperanza de que al término de la cuarentena todo vuelva a la normalidad.

Para mantener lo pies en la realidad que habíamos creado en la oficina, organizo peleas por video llamada con los de mantenimiento que deben seguir en la fábrica. No es lo mismo, pero he aguantado hasta ahora con eso.

Relatos de la cuarentena © Todos los derechos reservados 2020
Creado con Webnode
¡Crea tu página web gratis! Esta página web fue creada con Webnode. Crea tu propia web gratis hoy mismo! Comenzar