Relatos de la cuarentena #1

27.07.2020


   Collage análogo de Amrut Madana Om


Por Celeste Espinoza Uribe


Te quedas sentadita en el sofá de tres piezas, en la sala de tu casa.

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Hoy es un día nublado y cuando saliste de tu recámara supiste que este pequeño hecho modificaría tu rutina. Hace años aprendiste a hacer listas de actividades y apegarte a ellas. Cuando tenías trece tu amiga Mary te introdujo al arte de planificar tu día. Desde entonces sientes la necesidad de tener por escrito las actividades que realizarás durante la jornada.

Sabes que debes despertar a tal hora, tomar cierta cantidad de minutos para espabilar, remover las lagañas de tus ojos, recomponerte un poco en la cama y ponerte en pie. Cada día después de llevar a cabo dicha secuencia de acciones, piensas que sería divertido poner el cronómetro y corroborar que usas la misma cantidad de tiempo que el día anterior. Y el anterior al anterior. Y así sucesivamente. Esa idea siempre hace que te levantes con una sonrisa de la cama.

Haces yoga, te bañas, te cambias y cada día te esfuerzas por vestirte como si fueras a presentarte a trabajar en la oficina. Bajas las escaleras de tu casa y te encuentras con la luz del día que se cuela por la ventana del comedor. Cierras las persianas y vas a la cocina para preparar el almuerzo. Tomarte tu tiempo para preparar los alimentos que desayunarás fue una buena adición a tu día a día.

Pero hoy bajaste y no había luz. Así que no tuviste qué cerrar las persianas. Fuiste a la cocina para preparar el desayuno intentando no enfocarte en el medio minuto extra con el que ahora contabas. Desde que comenzó el confinamiento en casa y decidiste reajustar tus itinerarios a la extraña dicotomía que ahora formaron tu vida laboral y tu vida del hogar, sabías que las cosas en algún momento podrían tornarse difíciles, pero también supiste que podrías anticipar casi cualquiera de las posibles variables que se presentaran.

Sacas los alimentos del refrigerador y te dispones a lavar, picar, cocinar y freír. Te vas deteniendo un poquito más de tiempo en cada cosa. Como no queriendo. Deslizas un poco más lento el cuchillo por el queso panela. Pones la sartén sobre la flama con algunos segundos de retraso a como lo haces habitualmente, incluso te sorprendes fingiendo que el molinillo de la pimienta se atascó. Para antes de terminar de preparar tu almuerzo te has sincronizado nuevamente a los horarios del día. Sonríes.

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El día transcurre como cualquier otro. Haces una a una las actividades de tu agenda laboral, te conectas puntualmente a tus reuniones en Zoom. Le das los buenos días vía Whatsapp a tus compañeros de trabajo, respondes los correos y dejas tu bandeja de Outlook sin notificaciones pendientes por revisar. Usas Excel para los reportes y sonríes para ti misma - y como cada vez- cuando te toca usar la Macro que integraste a los procesos de tu equipo; porque ese fue un pequeño logro tuyo que nunca dejarás de celebrar. Te esmeras como cada día. Y las cosas fluyen, como siempre.

Afuera de tu casa se mezclan los sonidos cotidianos, escuchas a algunas aves que realmente no sabrías identificar aún si tuvieras una enciclopedia a la mano. Alcanzas a escuchar a los vecinos cuando se dan los buenos días o buenas tardes entre sí. Te llegan sonidos del parque que está cruzando la calle...algunos carros pasando.

***

Son casi las cuatro de la tarde y a pesar de lo nublado del día no es probable que llueva. Aunque el ambiente sí se siente bochornoso.

Estás sentada en la silla de oficina que compraste una vez que el home office se hizo permanente. Tal vez es que te excediste con las enchiladas rojas que comiste, o será la temperatura y lo calurosa que ha comenzado a ponerse la tarde, pero sientes que tus párpados pesan.

Te reacomodas en tu silla e intentas volver al trabajo cuando sucede.

Fue un sonido fuerte y seco que definitivamente no catalogas como "normal". De pronto tu somnolencia se fue sin avisar. El momento siguiente al extraño ruido que vino del patio de tu casa se llenó de silencio. Hay varios segundos de silencio incómodo. Piensas en levantarte e ir a averiguar lo que pasó pero como no hay más ruido te dispones a ignorar y seguir con tu rutina. Pero no puedes. De repente, lo siguiente que escuchas es una especie de aleteo que choca con distintas cosas allá afuera, tal vez con tu lavadora o con alguna maceta, quizás.

Te levantas de tu silla con la respiración agitada por el miedo. Desde hace años vives sola o como a ti te gusta llamarlo "por tu cuenta" y las últimas semanas el único contacto con otras personas que has tenido es cuando enfermaste y tuviste que pedir medicamentos a domicilio. Ni siquiera tuviste que ver cara a cara al repartidor, dejó el pedido en la puerta y se marchó.

Caminas como si contaras cada uno de los pasos que das, vas con miedo a la cocina, tomas del desayunador uno de los cuchillos para picar que tienes cuidadosamente acomodado en su estuche y te diriges a la puerta. El ruido ha ido creciendo cada vez. Cada vez hay más golpes, más aleteos y lo que crees que parecen forcejeos. Te acercas al cerrojo temblando y pones la mano dispuesta a maniobrar con la perilla cuando escuchas caer al piso lo que parecen ser algunos productos de limpieza. Retrocediste un paso por inercia.

Sientes tu pecho subir y bajar una y otra vez y como tus cienes se van salpicando de gotitas de sudor. Aprietas la mano alrededor del cuchillo y cierras los ojos como diciéndote "tú puedes, vamos, tú puedes" y de repente te quedas congelada cuando escuchas que el ruido cesa.

No sabes si es más abrumador escuchar lo que pasa ahí afuera, a unos metros después de la puerta, o solo escuchar el silencio. Pero te envalentonas y quitas el cerrojo. Giras la perilla y abres la puerta y lo ves ahí.

***

Sangre, plumas, un charquito de un líquido naranja que le sale por la barriga. La imagen te dejó perpleja por más tiempo del que pudiste contar. Tus manos están abajo, sin fuerza, así que el cuchillo que tenías toca el piso.

Sabes que ya está muerto y la sola idea de un cadáver en tu lavandería te pone mal. Sientes el piquete en la boca del estómago. Las náuseas. Los jugos gástricos subiendo por tu esófago y recorriendo tu garganta, y luego miras un chorro saliendo como avalancha por tu boca.

***

Te quedas sentadita en el sofá de tres piezas, en la sala de tu casa. Te duele la barriga y uno de tus zapatos tiene parte de las enchiladas que comiste por la tarde. Tu celular ha sonado en distintas ocasiones sin tener contestación. Hace tres horas que hay un cuchillo, un animal muerto y tus jugos gástricos desparramados por tu lavandería y todavía tu mente no ha sabido cómo reaccionar.

Hace tres horas que hay un animal muerto en la lavandería de tu casa y tú saliste de tu turno sin hacer check-out.

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