Nos quedamos sin charla
Por Audiel Gonzajuá
Nos hemos quedado sin charla, ya lo sé todo de mi madre, lo sé todo, hasta la forma en que se lavaba las rodillas cuando tenía seis años. Anoche se acabó la leche y papá no puede salir a trabajar, no lo reciben más bien, me acuerdo de una película reciente. Ya lo sé todo, quisiera haber leído más, visto más, vivir más. Nunca supe que mi hermana no me quiso hasta los 19. La maquila corrió a mamá a patadas a los 22 cuando yo estaba en su vientre. Las cosas se derriten en la casa y ya no hay nada que contar. Mamá se lava las rodillas frente a nosotros, parece que quiere recordar. Mi hermana no me mira, la besaría si me mirara. A padre lo corrieron del trabajo, yo no sé qué más decir, las lava de forma circular, ahora papá hace como que muerde el seno del aire que no vemos, quizá luego lo veamos y será precioso. Hermana dormita de pie, ya no la quiero besar, ya no hay nada que contar. Todo es un monólogo sobre las rodillas de mi madre y la metáfora inconclusa del seno del viento, del viento en los senos de mi hermana, de madre que sangra en forma circular de las rodillas, de un hueco en mi cabeza y en mi tórax. La leche y el pan, la sal y la saliva, mi hermana no me quiso hasta los 19.
Nos hemos quedado sin charla y sin pan, nos queda la vida, nos queda la vida muy a medias, y con esta predisposición a la ficción, también nos queda la romántica creencia de que no estaremos locos.