Elegía de un imbécil
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Nunca fui capaz de cocinar.
No pensé que fuera malo. No me daba tiempo. Entre las labores de la oficina y las demandas de mi exnovia...
Ella me cambió hace cinco meses por su maestro de yoga -a ver cuánto le dura- y el virus chino paniqueó al jefe de volada.
Estamos haciendo home office. Dos o tres juntas al día -de 45 minutos cada una, porque el jefe es tacaño y nos quitó el plan corporativo del Zoom- y nada.
Pero, nada.
Entonces, desde el lunes, tuve tiempo, todo el tiempo del mundo, para cocinar. Fui al súper con todo el outfit apocalíptico y compré verduras que ni conocía, carnes, especias... hasta un delantal con manchas de vaca y un cuchillo que en el empaque tenía la imagen de un ninja y pensé que debía cortar cabrón.
Llegué a la casa emocionado. Eché Lysol en todas las bolsas antes de guardar algunas cosas en el refri y dejar fuera otras y buscar una receta en Internet.
Elegí un pollo a la mostaza con papas noisette a la provenzal, porque sonaba con madre y había imágenes de cada paso y yo, de mamón, saqué el celu y comencé a presumir en Instagram hasta el mise en plat.
Los amigos se cagaron de risa y empezaron a hacer memes con mis fotos. Encuentre las 10 diferencias era el más leve.
Nunca comí tan mal. Quemado por fuera y crudo por dentro. Esas fotos no las compartí. Las piezas de pollo estaban para portada de periódico vespertino y las papas parecían briquettes de carbón sanguinolento.
Y cómo renegaba de la sopa de mi madre, que dios la tenga a salvo de la histeria colectiva en el geriátrico. Acabando la cuarentena, la visito.
No era falta de tiempo.
Por suerte, estudié algo de provecho y no me faltan recursos. Se estarán muriendo de hambre la ex y su faquir...
Pero son tiempos de unidad forzosa. No hay que hacer drama. Hay que reflexionar y eso.
Gracias a dios por Uber, Didi, Rappi... y, ya que estamos, por Netflix y por la Play. Son cosas que uno da por sentado y a las que no les damos la importancia debida, sino hasta que nos ensartan un preview del fin del mundo.
Y gracias a los héroes anónimos que, desde el martes, tres veces al día, me dejan el delivery a dos metros de la puerta. Para ellos, un upgrade en la propina y mi reconocimiento hasta que todo pase. ¡Salud!
Carlos Alberto Román Sánchez