Elegía de un imbécil

27.03.2020

Nunca fui capaz de cocinar. 

No pensé que fuera malo. No me daba tiempo. Entre las labores de la oficina y las demandas de mi exnovia...

Ella me cambió hace cinco meses por su maestro de yoga -a ver cuánto le dura- y el virus chino paniqueó al jefe de volada.

Estamos haciendo home office. Dos o tres juntas al día -de 45 minutos cada una, porque el jefe es tacaño y nos quitó el plan corporativo del Zoom- y nada.

Pero, nada.

Entonces, desde el lunes, tuve tiempo, todo el tiempo del mundo, para cocinar. Fui al súper con todo el outfit apocalíptico y compré verduras que ni conocía, carnes, especias... hasta un delantal con manchas de vaca y un cuchillo que en el empaque tenía la imagen de un ninja y pensé que debía cortar cabrón.

Llegué a la casa emocionado. Eché Lysol en todas las bolsas antes de guardar algunas cosas en el refri y dejar fuera otras y buscar una receta en Internet.

Elegí un pollo a la mostaza con papas noisette a la provenzal, porque sonaba con madre y había imágenes de cada paso y yo, de mamón, saqué el celu y comencé a presumir en Instagram hasta el mise en plat.

Los amigos se cagaron de risa y empezaron a hacer memes con mis fotos. Encuentre las 10 diferencias era el más leve.

Nunca comí tan mal. Quemado por fuera y crudo por dentro. Esas fotos no las compartí. Las piezas de pollo estaban para portada de periódico vespertino y las papas parecían briquettes de carbón sanguinolento.

Y cómo renegaba de la sopa de mi madre, que dios la tenga a salvo de la histeria colectiva en el geriátrico. Acabando la cuarentena, la visito.

No era falta de tiempo.

Por suerte, estudié algo de provecho y no me faltan recursos. Se estarán muriendo de hambre la ex y su faquir...

Pero son tiempos de unidad forzosa. No hay que hacer drama. Hay que reflexionar y eso.

Gracias a dios por Uber, Didi, Rappi... y, ya que estamos, por Netflix y por la Play. Son cosas que uno da por sentado y a las que no les damos la importancia debida, sino hasta que nos ensartan un preview del fin del mundo.

Y gracias a los héroes anónimos que, desde el martes, tres veces al día, me dejan el delivery a dos metros de la puerta. Para ellos, un upgrade en la propina y mi reconocimiento hasta que todo pase. ¡Salud! 


Carlos Alberto Román Sánchez 

Relatos de la cuarentena © Todos los derechos reservados 2020
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