Los valientes obedientes de la pandemia
Fotografía de Edna Karina Soto García
Por Myrna L. García
Cuando comenzó la cuarentena me di el tiempo de platicar con mi hija de 11 años y mi hijo de 7 acerca del coronavirus, esa enfermedad que ponía en riesgo la salud de las personas y que nos obligaba a permanecer en casa para protegernos. Mis valientes obedientes, aceptaron el reto confiando en mis palabras y acatando sin chistar las indicaciones. La cuarentena siguió su curso y nos tuvimos que adaptar a nuestra nueva realidad, una que incluía con la rutina de cumplir con las tareas escolares y dar espacio y tiempo a mamá para continuar trabajando desde casa.
Corre la décima semana de cuarentena y apenas ahora, se me ocurrió voltear a ver a mis hijos y preguntarles cómo se han sentido. Y es que con las prisas del home office, de mi doctorado, de sus propias tareas y de la escuela virtual, se me pasó de largo preguntarles a mis pequeños valientes obedientes que es lo que han sentido en este tiempo de encierro desmesurado.
"Me siento sola"-contestó mi hija de 11 años, "extraño los abrazos de los abuelos, a los tíos, a mis primas y a mis amigas. Aunque las veo por las pantallas, no es lo mismo, quiero salir de compras, quiero verlas en la vida real. Extraño mi escuela y a mis maestras, me pone triste que ya no volveré a estar en cuarto grado con ellos, en mi salón, con mis compañeros". Su respuesta me dejó con un nudo en la garganta, claro que extraña todo eso, y tiene razones para sentirse sola a pesar de estar acompañada por nosotros. "Gracias por platicarme cómo te sientes" atiné a responder y nos fundimos en un abrazo en la obscuridad de su cuarto acurrucadas en su cama. "Cuando te sientas sola o triste, búscame, si estoy ocupada lleva contigo a tu peluche favorito y entonces sabré que me necesitas y dejaré de hacer lo que estoy haciendo para darte un fuerte abrazo como el que te doy ahora mi niña hermosa, ¿crees que eso te ayude?" , "sí, mami" me respondió con otro fuerte abrazo, le dije buenas noches bebita y me fui al cuarto de su hermano.
"Siento que nadie me respeta y que no me hacen caso"-dijo con sentimiento mi hijo de siete años. Lo escuché pacientemente sin decir nada y entonces dijo: "extraño a mis amigos y jugar futbol, ya estoy cansado de solo estar en la casa, tú siempre estás ocupada en la computadora o el celular, papi se va a trabajar y mi hermana se enoja conmigo", hubo una breve pausa y entonces le pregunté: "¿Qué te haría sentir mejor hijito?", "que juguemos más y que ya no estés tanto tiempo con tu celular o trabajando". "Trato hecho,"contesté. Su mirada se iluminó, "hagamos un acuerdo, tú trabajas en tus tareas por la mañana y en la tarde nos dedicamos a jugar y yo estaré sin mi celular", "ok, trato hecho" y cerramos nuestro pacto con un fuerte abrazo y los arrumacos que nos encantan a los dos. "Buenas noches bebito hermoso", "mañana me recuerdas el trato mami", "sí hijito mañana te recuerdo", contesté con una sonrisa.
Y así esa noche caminé por el pasillo rumbo a mi recámara y reflexioné en las tres cosas que sienten mis hijos:
1. Extrañan a sus amigos y a sus amigas
2. Les gusta pasar tiempo con sus papás y tener su atención
3. No les gusta la tarea (bueno eso me queda claro todos los días)
Y junto con ellos, hay millones de niños alrededor del mundo que seguramente están viviendo lo mismo, y me cuestiono ¿a cuántos de ellos les han preguntado, cómo se sienten? ¿qué necesitan?
Sin duda, los niños han sido los grandes maestros, los valientes obedientes que han acatado con disciplina la regla de quedarse en casa, tal vez porque no han tenido otra opción. Aún que haya días buenos, otros mejores y otros no tanto, ellos están viviendo lo que ni sus abuelos vivieron, una pandemia en donde la gente no puede salir de sus casas, donde se respira un aire de incertidumbre todos los días y sus emociones se encuentran a flor de piel.
Yo les doy un aplauso a todos los pequeños valientes obedientes, a esos que aún no saben cómo explicar cómo se sienten y entonces hacen berrinches o se pelean, o se rebelan; a los que se sienten solos, a los que se sienten aburridos, a los que preguntan ¿qué día es? o ¿qué vamos a hacer hoy? y también a los que ya se cansaron de preguntar porque no tiene sentido, hoy tampoco iremos a ningún lado, ni veremos a nadie en persona.
A esos chiquitos que preguntan cuándo se irá el coronavirus, ese monstruo malévolo que los tiene encerrados como la bruja a Rapunzel, pero que sin embargo obedecen y valientemente cumplen su cuarentana. Confían en lo que los adultos les decimos y aceptan sin condiciones las nuevas rutinas, y la nueva realidad. A ellos les debemos más abrazos, más paciencia, más escucha. Yo les doy una ovación de pie a todos esos valientes obedientes de la pandemia.