Mi cuarentena
Por Ruth Elizondo
La cuarentena me trajo de regreso, casi por obligación a mi niñez. A esas mañanas infinitas de los 9 a los 17 que pasé con mi mamá y mi hermana. Fui educada en mi casa por mi mamá. Hacíamos la escuela en pijamas. Bajábamos a desayunar, a veces nos enseñaba a hacer el desayuno, como hot cakes o gorditas de azúcar. Mamá me enseñó inglés, mamá se sentaba horas a explicarme matemáticas. En las tardes veíamos una serie juntas. Otros días nos llevaba a hacer deporte o a clases de pintura. Siempre me pregunté porque decidió dar todo su tiempo para nosotras. De pronto, no podía con la culpa. No está bien, las mamás también deberían ser ellas mismas, las mamás también quieren cumplir sus sueños, también quieren seguir descubriendo. Luego sentí que mamá lo hizo para controlar que fuera una buena niña, controlar que fuera una mamá como ella en el futuro. Entregada. Recuerdo que a los 10 años le dije que no me quería casar, casi llora. Mamá nunca me obligó a leer un libro que no me interesara. Empecé por leer el librero de mi hermano. La vuelta al mundo en 80 días, La isla del Tesoro, Sherlock Holmes, Las Crónicas de Narnia. Luego empecé a pedir mis propios libros como Peter Pan y Alicia en el País de las Maravillas, me encantaba leer porque era como salir de casa, estar en otro mundo. Cuando me regalaron un Kindle fue el momento perfecto para leer los libros que me tenían prohibidos, empecé por Harry Potter. Desde que entré a la Universidad he tratado de aprendérmelo todo otra vez, a desaprender y a cuestionarme. De mantenerme abierta a probar nuevas cosas. No me gustaba estar en casa, salía desde la mañana hasta la noche. Los últimos tres meses antes de la cuarentena estaba de intercambio. Me iba a ver el mar y escuchar las olas. La cuarentena me trajo de regreso al hogar, con mis padres y mi hermana menor.
Ahora todos los días son una clase de déjà vu, me levanto y huele a café, las mañanas son lentas, desayunamos juntos, ahora mi papá está retirado y nos acompaña. Estamos en pijama hasta tarde, hasta que se nos antoja el baño.
Siempre me gustó tener mi espacio. Paso mucho tiempo sola en mi cuarto, leyendo, escuchando música, bailando y viendo Netflix. Incluso he podido esconder una que otra cerveza y he tomado siestas después de comer.
Pero ahora es distinto. Ya no me da miedo decir lo que pienso. Estos días nos cuidamos entre nosotros, mi familia hospeda a nueve mujeres del Salvador que se quedaron sin poder regresar a su país ya que cerraron fronteras. Ellas están separadas de sus hijos, pero su esperanza es que el mundo sane para volver a verlos. Mi hermana y yo nos cuidamos, porque el virus es más grave para mis papás. Ahora incluso caminar afuera se siente como un gran riesgo. Tal vez es momento de parar juntos por un momento, reconsiderar, platicar con nosotros mismos, sanar. Tener tiempo de soñar. Dejar que el mundo respire. La cuarentena nos obligó a volver a pasar tiempo juntas, apreciarnos a pesar de las diferencias, tal vez a vernos distinto. Ahora somos adultas y aunque muchas veces siento un abismo de distancia entre la persona que me he convertido y mi familia, es muy fuerte la conexión del pasado, de ese tiempo invertido, de esas mañanas y de esas tardes que tanto me recuerdan a estos primeros días de cuarentena.