Desde que el mundo decidió detenerse entendí que una colonia sin música no es colonia.
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Por Wendy Abigail García Juárez
14 de marzo 2020
Desde que el mundo decidió detenerse entendí que una colonia sin música no es colonia. Desde febrero dejó de escucharse en la radio "Cuatro Vidas de Pedro Infante" a causa de la muerte de Amapola. Ya no hay más días de sol. En cambio ahora, es una veladora y un par de rituales quienes se hacen presentes por las noches. Me sigue sin tomar el pelo la cuarentena. Humillados ya estábamos. Es la tensión ante la pérdida lo que aún no logramos soltar.
19 de marzo 2020
Veo desde mi ventana, cómo los árboles siguen creciendo y las abejas continúan alimentándose de las tronadoras. El viento y los vecinos chismosos aún me escuchan recitar fragmentos de la Defensa de Vladimir Nabokov, pues vendí mis libros de poemas para sobrevivir ante la contingencia y la morralla me duró unos días. Mi vecino ya toca mejor la trompeta y yo ya me echo en piano Trois Gymnopedies de Gary Numan. Armaremos a distancia, un dueto y, ante la desesperanza lo llamamos "El elote triste" (el vendía elotes para sobrevivir). Pensamos que, la música atraería o alejará a la gente pero algo tenía que pasar.
Entre mis memorias, una semana antes de la pandemia, un niño de una comunidad me regaló el abrazo más puro. Abandonado por su madre y por el mismo Estado, recuerdo que nos contó en un taller que a él le gustaban mucho los pájaros, que no le gustaba que el Río de la Rivereña (comunidad donde vive), estuviera envenenada porque aves y otros animales, no tendrían más agua que beber. Todo cambió un 14 de marzo de este año. Entre anuncios oficiales de distanciamiento y cancelación académica, ya no pudimos continuar con la faena comunitaria para seguir sosteniendo conciencia ambiental en niños y niñas de ese sector casi olvidado. Con el pasar de los días nos vimos ante una problemática que ya se avecinaba: las minorías percibieron la amenaza más fuerte y más encontrándose en puntos rojos de la ciudad. Las personas que viven en condiciones de insalubridad son quienes más desprotegidas están ante la pandemia del Coronavirus. La recolección de alimentos inició esta misma semana al igual que el desabasto de productos de limpieza en casi toda la ciudad. No hay más que podamos hacer por ellos.
21 de marzo 2020
La tierra está despierta y la ciudad silenciosa. La escasez de alimentos continúa al igual que ese río contaminado. Días sin nosotros no lo limpiarán porque nosotros que no somos la verdadera amenaza, no estamos ahí para abrazar a nuestro planeta ni a esos niños. Por fortuna, amigos míos sobreviven gracias al home office. Me cuentan ingenuamente que, si trabajan más duro y los resultados incrementan, quizá, la empresa decida que siempre se trabaje desde casa y así ahorrarían gasolina y tendrían más tiempo con sus familias. Lo cierto es que nada puede detenerse acá abajo por completo. Aún recibo con un abrazo a mi madre cuando llega tarde a casa, pues sigue experimentando la explotación laboral y tiene que seguir asistiendo, aunque hace apenas unos días les dieron trescientos pesos para comprar máscaras u otras protecciones. Todos hacemos lo posible por traer pan a la casa.
22 de marzo 2020
Ante la depresión social que experimenta el mundo, sobre todo en nuestro país (una depresión que ya existía antes del (COVID-19), nos seguimos abrazando como mecanismo de defensa al igual que a la utopía de un mejor mañana. Creemos que esto fue un golpe humano. Un golpe que nos obliga a parar aunque sabemos bien, no podemos. Vivimos ante un estrés permanente y las grandes potencias y mucho menos el Estado, saben qué hacer ante este descontrol de realidad. Se ha suspendido lo que sostenía al síntoma y es que, fue el cuerpo quien puso palabra a la nueva enfermedad del siglo XXI. La palabra ya no solo es el capitalismo, ahora es virus.
23 de marzo 2020
Me gustaría que el andar en la vida cotidiana sea tan fácil como andar en bicicleta. Trazas el mejor camino para pedalear, lo sigues sin parar, y justo cuando no puedes más te detienes a observar el paisaje o piensas en lo que verás al final. Una esperanza para continuar. Pero allá, donde hay gente, donde hay problemas, medios alimentando ese morbo, trazar ese camino es complejo. Somos igual que los animales en el desierto.
Durante estos días comencé a leer a mi viejo amigo Nietzsche, un pequeño fragmento de su libro "Humano demasiado humano (1878) y me decía al oído: "la gran transformación llega para siervos de esta especie como terremoto: el alma joven se siente en un solo instante, conmovida, desasida, arrancada de todo lo que antes amaba; ni aun se da cuenta de lo que le pasa. Extraña investigación, desconocida fuerza impulsiva la dominan y se apoderan de ella, hasta imponérsele como un orden; se despierta el deseo, la voluntad de ir adelante, no importa adónde, a toda costa, violenta y peligrosa curiosidad de un mundo no descubierto brilla y flamea en todos sus sentidos. << Antes morir que vivir aquí>> - le dice la imperiosa voz de la seducción: - y este "aquí", este en "nuestra casa", ¡Es todo lo que amo hasta ahora!" (p.8).
Cuánta razón tenía ese loco. Esperamos tolerantes, a que la marea violenta del mar nos calme y regrese la tranquilidad de sus olas nuestras vidas. Algunos, en su locura e impaciencia, llevan ofrendas y hacen todo tipo de rituales. Los que podemos observar desde nuestras ventanas, vemos cómo todo tiende a repetirse: malas acciones como no amarse ni cuidarse, violencia, una política corrupta y todo lo que inspira a que una marea colapse. Es por eso que entre el espacio y tiempo todo tiende a repetirse: entre olas y cantos del mar y sal. Es muy bello callar, pero reír lo es aún más. Ahora desde el silencio, veo cómo las mareas rojas suben y bajan o cambian de lugar pero jamás se transforman. La humanidad envejece y pulveriza entre palabras y sombras del pasado y presente. Millones de hombres y mujeres, producen involuntariamente, un salto cada vez más cercano y claro a las ideas que no han podido replicar desde el encierro. Amor y violencia, una lucha interna y a la vez externa que continúa a pesar del virus y ante pensamientos estáticos. Especialmente, en la lucha de la humanidad contra su propia naturaleza.
Dibujo de Luis Frías Leal