Lo invisible

03.04.2020

Pilar Campo

Sucedió de repente y sin que pudiera resistirme mucho. Llegó a mí el momento de reparar más en aquellos pequeños detalles con los que convivo diariamente y a los que observo solo esporádicamente y sin mayor reparo. He creado de mi hogar un lugar lleno de rincones y tiempos precisos para que las cosas invisibles cobren vida, solamente necesitaba detenerme a disfrutarlos.

La luz que entra por mi venta justo a las 11:00 de la noche es la más bella de toda la cuadra. Atraviesa las rejas en un ángulo perfecto, se refleja en el piso y se arrincona en mi armario dejando una cuadrícula misteriosa que juega en armonía entre las sombras y la luz fría. Nadie más puede ver ese momento, es solamente mío, es mi regalo del farolito que amablemente unos señores vinieron a colocar en la calle de enfrente en el lugar preciso para que pueda visitarme sin falta. Es una cita de todos los días, a las 11:00 de la noche se oscurece mi casa y abro las cortinas para encontrarme con ella. Siempre está ahí, puntual.

Al mediodía entra el sol por la otra ventana que dibuja un claro oscuro muy especial, tanto, que mis plantas se pelean por tenerla. Hay veces que yo tengo que hablar con ellas para que les permitan a las demás tomar el calorcito también. Debo confesar que de vez en vez, yo también me asomo a esa esquina para poderme dar unos baños rayaditos.

Mis madrugadas son las más mágicas, especialmente en algún momento entre las 3:20 y las 3:40 am. Despierta el gallo y canta. Simplemente canta. El mejor de los cantos, un gallo en medio de la ciudad que no se olvida de seguir buscando las mañanas y que por algún motivo yo me sincronizo con él. Me va llevando como un guía, un guardián, hacia una montaña llena de niebla. Ahí me quedo un buen rato, entre los árboles y las nubes, hasta que llega el despertar.

Cuando entra el viento las cortinas bailan, flotan sin ningún pesar. En ocasiones se elevan tanto que se llevan a su paso las cosas que las rodean, entre ellas, todos mis papeles que tienen algo que terminar. Mis cortinas saben que eso aún lo puedo postergar.

El perro del vecino de abajo, me visita constantemente, le tengo que cerrar la puerta cuando entra para que mi casera no se enfade. La que se enfada soy yo cuando oigo sus pisadas en el techo. También va a ver a la vecina de arriba...al parecer los rincones se tienen que compartir, pero esos sonidos son los que me hacen compañía.

Entre peleas y casuales coches que pasan, el mejor de los detalles es cuando al fijarme mucho mejor, descubro que todavía hay cosas que se esconden por todos lados, en los lugares invisibles: bajo los cuadros, entre los muebles, debajo de la cama, adentro de las macetas, atrás de la lavadora. Un increíble mundo lleno de pequeños ecosistemas que no me pueden contar sus historias, pero que también sin ruido, me acompañan.

Lo que está claro es que las personas entramos a nuestras casas y un cacomixtle cruza la calle frente a mi ventana.

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