LATA DE ATÚN
Instalación y fotografía de Andrea Gonbelt
Por Gabriel Amalguer
I
Eso del distanciamiento social, aislamiento o cuarentena no era un problema para mí. Por naturaleza siempre había sido un sedentario. Puedo admitir sin ninguna pena que siempre me había sentido más cómodo con la gente lejos de mí, incluyendo a mi propia familia. Lo sé, no es normal, pero hace años que aprendí a aceptarme como lo que soy; un solitario.
Así que los primeros siete días no hice nada que no hiciera en un día normal; atendía mis pendientes, escribía, leía uno de los libros que tenía apilados en el librero, etc. No ponía especial atención en las noticias, nunca lo hacía, no veía el caso empezar a hacerlo en aquel momento.
2
Fue cuando entramos a la fase 2 que empecé a ver las cosas de forma diferente, y no precisamente por pasar encerrado alrededor de veinte horas diarias, más bien, fue lo que empecé a vivir cuando tenía que salir de mi cueva para comprar los víveres necesarios para poder sobrevivir por lo menos una semana.
En uno de esos viajes vi a doña "G" venerable anciana y vecina mía desde hacia más de veinte y cinco años, pelear con un joven por una lata de atún. El joven la mandó al suelo de un certero golpe en pleno rostro y nadie (incluyéndome a mí) hizo absolutamente nada. No pude evitar preguntarme; ¿si la situación fuera diferente, alguien habría hecho algo al respecto?, ¿el instinto de supervivencia puede ser más fuerte que nuestros valores, sentido común, raciocinio y educación?, ¿podría llegar a matar por una lata de atún?
Y lo más inquietante fueron las respuestas que disparó mi cabeza a aquellas interrogantes. No sé hasta donde llegaremos con todo esto, ni cuanto durara. Yo sigo acá, en mi casa, tranquilo y con mi revolver calibre.22 listo y a no más de un metro de mí las veinte cuatro horas del día.