La primavera no está en cuarentena

09.06.2020

 Fotografía "Memoria familiar del confinamiento" César Iván Pérez Durán


 Por Isadora García Hurtado


¿Cómo comenzar a hablar de esta cuarentena sin dejar escapar una lágrima? ¿Cómo dejar de contar los días y noches, semanas y meses, soles y lunas que han pasado ya? ¿Cómo dejar de lado tantos sentimientos encontrados, todo lo ganado y también, todo lo perdido? ¿Cómo dejar de hablar de la solidaridad, pero también de la avaricia?...¿cómo poder contar de la ayuda, pero también de la soledad?

Y aquí estamos, después de 9 semanas ya. Pareciera que a cuentagotas se van aumentando días y semanas y meses. Pareciera que todo está en suspenso aquí adentro, mientras afuera para muchos, todo sigue igual o peor.

Confieso que he pasado por todas las emociones posibles de imaginar. Desde la misma alegría por poder, finalmente, estar en casa y disfrutar de este lugar mágico en el que vivo hasta el hastío y la ansiedad por volver a sentirme parte de una comunidad. Vivo rodeada de naturaleza, en un sitio del que me enamoré a primera vista y sin remedio desde que vine a conocer la casa con mi hijo. Sin embargo, pocas veces tengo el tiempo o me doy el tiempo de disfrutarla como se merece, porque creo ciertamente que las casas también tienen un espíritu y que habla por ellas. Mi casa me dice: "No solo me habites. Víveme".

Así, durante este tiempo he encontrado un rincón para el trabajo, la costura y la escritura, en una ventana frente a los árboles y la enredadera que crecen sin detenerse a pensar en ningún virus. Y algunos pájaros perdidos vienen a tocar el cristal de la ventana mientras estoy aquí, presumiéndome su libertad y su tranquilidad perenne.

La primavera nos tomó por sorpresa ya en el encierro "voluntario" y lo pongo entre comillas porque en realidad a nadie nos preguntaron si queríamos hacerlo. Simplemente acatamos las recomendaciones de las autoridades de salud y pum...la vida cambió. La primavera llegó igual que siempre, solo ahora lo notamos más, porque antes estábamos muy ocupados corriendo, yendo de aquí a allá, luchando por conseguir todo eso que hoy no sirve de nada.

Entonces, me han sorprendido las lunas, alumbrando el jardín y comiéndose las noches enteras. Luciérnagas juguetonas que se esconden y se asoman entre los arbustos. Las magnolias que muy tímidas ellas van naciendo de a poco, orgullosas de su belleza pero temerosas de opacar al resto del jardín y no ser amadas por ello. El nogal en cambio dejó regados sus frutos por todo el pasto, paternal, abraza a las ardillas que bajan a alimentarse de él; cuidadosas de que a Luna y Tara, mis labradoras, no les alcance el instinto cazador y las pesquen en una de esas carreras que me regalan como espectáculo matinal.

También está el horno que me ayuda a olvidarme de todo y me acompaña mientras lo alimento con bandejas llenas de mezclas y me las regresa cual sombrero al mago con olores, sabores y colores que nos conquistan no solo el paladar, sino el alma. Y es que, hay magia en la comida, en esa comida que se prepara con el corazón, en esos platos que se sirven con la esperanza, con los recuerdos, con la añoranza, con las sonrisas de quien los prueba y se deleita en ellos.

Tras las rejas de nuestro jardín, también hemos encontrado una manera de refugiarnos del encierro cuando, por las tardes, nos "reunimos" entre vecinos para leer y escribir. Leer cuentos, escribir poesía y textos; pero sobretodo, para hablar y recordarnos que a pesar de estar aquí, estamos con otros. Que no somos solo nosotros los únicos que necesitamos ese contacto, escuchar esas voces, sentir ese abrazo, mirarnos en esos ojos. La otredad. Nos damos cuenta de cuánto apreciamos al otro. Su voz, sus pensamientos, sus emociones, su ir y venir, su existencia.

Y también, el encierro nos trajo fantasmas, nos trajo tardes y noches y sí, días también sombríos. Nos trajo nuestros demonios potenciados al 1000%. En esas ocasiones en que la casa nos ahoga, en que el aire se vuelve pesado, en que las voces se salen por las ventanas, las miradas se vuelven balas... y las lágrimas nos inundan y nos ahogan. Porque también somos eso, la sombra, la oscuridad, nuestros miedos y nuestras heridas, algunas aún abiertas.

Pero no todos están gozando o sufriendo el encierro. Algunos están afuera, lejos de este privilegio, lejos de la posibilidad de la decisión de parar sus vidas, porque simplemente no tendrían vida. Sobrevivir a cualquier costo es la única opción para muchos. Y entonces, nuestro encierro cobra un sentido distinto, porque nos sabemos menos vulnerables que la mayoría, que las masas, que esos que no vemos, que son invisibles, que son inexistentes.

El encierro nos divide aún más en las clases que siempre se han dibujado en nuestra sociedad "wanna be" y nuestra clase media disfrazada. Pero mirando las estadísticas de lo que es una clase alta, pertenezco a ella y a veces me siento pobre. Y entonces me siento ruin también, porque entonces... ¿qué piensan los pobres? ¿Quiénes son los pobres? ¿Porqué nos es tan difícil pensar en sus necesidades e identificarnos con ellos? Pues, tal vez simplemente porque no tenemos mucho en común en la cotidianeidad de nuestras vidas. Pienso que incluso tendrán más el sentido de la aceptación, la pertenencia y de la resistencia con los ricos. Porque, los ricos siempre serán ricos...y los pobres, ellos siempre serán pobres. Nos guste aceptarlo o no. Y entonces, nosotros, aspiramos siempre. Aspiramos a no bajar, aspiramos a subir al menos escalón por escalón. Y en ese intento la vida se nos va y se nos asoma el fracaso, la insatisfacción, la búsqueda continua y cansada.

Los días nos han dado de todo. Calor sofocante, viento fresco, frío acogedor y también, llegaron las lluvias torrenciales. Esas tardes en que parece que el cielo llora también con nosotros. O por nosotros. Y entonces disfrutamos el espectáculo. La vista de los árboles meciéndose ante la fuerza del agua y el viento, limpiando todo, llevándose todo, para dar paso a la majestuosidad de un sol de ocaso lleno de rojos y de rosas que despide el día esperanzado y en paz.

Está la familia, la compañía cercana, los juegos infantiles, las peleas de hermanos, los ladridos de mis perras y su amor constante e interminable como gota de agua de un pozo sin fin, están las tareas de la escuela, las mamás en los chats, las video llamadas con amigas amadas, la añoranza de la familia que no está cercana, la nostalgia de la voz de mamá y papá, las risas con mis hermanos. Están las noches largas y los días cortos, están los deseos de que esto sea tan solo un sueño, un largo sueño y que al despertar, la vida siga ahí, esperando por nosotros, por un nosotros más humano, más consciente, más compartido.

Está en otras palabras, la cotidianeidad así, simple, pequeña y fugaz, que es la vida misma. El presente, que no se queda y que al mismo tiempo nos pide que lo estiremos lo más que podamos, porque en el instante que llega, ya se está yendo. Están las noches tocando los pies tibios de mis hijos, las tardes de un viento fresco y suave, las listas de películas para ver y los libros para leer, los juegos de mesa en familia, las historias a carcajadas, las copas de vino tinto haciéndome reír y soñar, las canciones viejas, los bailes alegres, los juegos con globos de agua y harina, las poesías, las lecturas, los helados, el pan y la mermelada. Y está también, como siempre, dulce y amargo, benévolo, el café de la mañana.

La vida es, con encierro y sin encierro, la apreciación de las cosas y de las personas que me rodean y que están más lejos, que conozco y no, que aprecio y no, que entiendo y no. Y llegará el día en que las puertas se abran nuevamente y nuestras manos se estrechen y los abrazos nos reconforten cálidos y la comunidad, la humanidad, nos acompañe nuevamente. Y ojalá que no necesitemos otra nueva pandemia para encontrar el equilibrio que nos hemos robado a nosotros mismos y a la madre tierra, al mundo.

Cierro mis ojos y siento cerca de mí el canto de las aves y escucho a lo lejos alguna voz de quienes viven cerca. Y sé entonces que todos cohabitamos y somos parte del todo. El viento me acaricia y la música en mi teléfono canta. La flor nace y el insecto muere. Vida y muerte. Salud y enfermedad. Todo junto. Todo bello.

Y así, la cuarentena habla. Así, la cuarentena pasa.

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