Cajas 

31.03.2020

Por Arturo Belmont


Esta es la última caja de hoy, para una familia que vive relativamente lejos de mi hogar. Me recibió una señora junto con su hija, solas, porque su esposo no se encontraba por el momento. Salió para abrir la puerta de reja, y mientras yo cruzaba el umbral ella se apresuró para abrir la puerta de la casa. Mientras untaba desinfectante en la caja para que ella pudiera manipularla sin tanto miedo, notaba que la pequeña me observaba con curiosidad, cosa que era de esperarse considerando que usaba una bandana de calavera cubriendo mi rostro. Cuando terminé, la mujer me dio unos billetes y unas cuantas monedas, o más bien, las dejo caer en una mochilita que colgaba de mi hombro, y después me agradeció mientras yo metía mis manos en las bolsas de mi chaleco. Antes de irme la pequeña hizo la pregunta que tanto deseaba hacer: "¿Por qué usa una calaca en el rostro?"

Sin sacar las manos, y en realidad, apretando el interior de mi suéter para evitar aquel reflejo, me puse de rodillas para estar a la altura de aquella criatura, que tendría apenas unos 5 o 6 años, y le respondí: "es para que el virus me tenga miedo, así no se va a acercar a mí y podré seguir ayudando a los demás". La pequeña sonrió y después salió corriendo a su habitación, dejándome a solas con su madre, quien me acompañaría a la reja de nuevo. Cuando estaba afuera la mujer me pidió esperar un momento, entró a su hogar por unos cuantos minutos, tiempo que usé para observar a mi alrededor. Había estado lloviendo estos últimos días, pero las nubes tenían un tono gris más oscuro, y eso, junto con aquel silencio espectral que nunca se hacía presente tan temprano, hacía que el ambiente tan tenso de ese momento me recordara a aquellos videojuegos, donde a la vuelta de la esquina podría esconderse algún ser horrible de otra dimensión. Mientras esa idea pasaba por mi cabeza, vi a lo lejos a dos de mis compañeros, quienes me saludaron a distancia, y cuando respondí el saludo mi mente me llevó a recordar cómo había llegado a donde hasta ahí.

Fue hace dos semanas en que, algunos dueños de los mercados locales tuvieron la idea de enviar cajas con víveres a quienes necesitaran algo de ayuda extra: gente mayor que no tuviera parientes cercanos en ese momento, gente con alguna enfermedad, o como este caso, una mujer sola, cuidando a una pequeña, con un esposo que desafortunadamente tuvo que salir del país poco antes de que todo esto empezara. Así que inmediatamente pensé que era una buena oportunidad para hacer algo bueno, y aprovechar el exceso de tiempo libre que tenía en mis manos. Me acerqué a uno de esos lugares donde ofrecían el servicio y al notar que no había muchos voluntarios, sentí algo de decepción por eso. Conocía a muchas personas a mi alrededor que quizás podrían hacer algo al respecto y ayudar, pero si le daba muchas vueltas a ese asunto solo iba a enloquecer más, así que solo acepté el primer pedido y comencé a realizar mis entregas. En mi mente, usar esa bandana que tenía guardada parecía algo divertido, y cuando platicaba con los demás voluntarios, uno que otro siguió mi ejemplo. Al poco tiempo nos convertimos en un puñado de sujetos con rostros de calavera entregando víveres, pero solo hasta hoy, alguien me había preguntado por qué lo hacía. La mujer volvió y me entregó un pequeño bote con más gel antibacterial, y me dio un poco más de dinero, como una especie de propina por mi servicio. Agradecí el gesto y regresé a casa. En el camino de regreso me topé de nuevo con aquellos compañeros que me saludaron desde lejos, discutíamos cosas sobre el virus, de cuánto dinero recibían a cambio, o de cuantas entregas habíamos hecho hasta ahora. No había pensado en ello sino hasta que lo mencionaron. Cuando nos separamos, disfruté de la tranquilidad y de la frescura del ambiente, volvía a comenzar a llover poco a poco, no aceleré mi paso, tardé dos horas en llegar a casa pero no me importó tardar tanto, no siempre tenía la oportunidad de disfrutar de un clima y una calma así al mismo tiempo.

Llegué a mi hogar y antes de abrir la puerta de la reja me unté del gel que me dio aquella mujer, entré a mi hogar y me quité los zapatos. Cuando caminé a la sala vi a mis padres viendo la televisión y sentí alivio al verlos ahí, descansando y pasando el rato. Me quité mi bandana del rostro, fui a lavar mis manos y regresé a saludarlos propiamente. Mi papá hacía comentarios de esa bandana que uso y los tres nos reímos al respecto. A los pocos momentos bajó mi hermano, me saludó y se sentó junto a mí mientras mi madre venía de la cocina con mi cena. Le pregunté si ella recordaba cuántas cajas había entregado hasta el momento, a lo que ella respondió que tampoco recordaba. Subí a mi cuarto, lugar en el que últimamente había pasado quizás demasiado tiempo, observaba mi consola de videojuegos, mis pesas, mi cama, mis libros, se suponía que ese lugar debería brindarme calma pero ya no era así. Seguí inmerso en mis pensamientos mientras me bañaba, y hasta que llegó la hora de dormir, mi último pensamiento ahora fue: "¿cuántas cajas más voy a entregar?"

Al día siguiente, seguía en otro de mis recorridos, pero esta vez compartí una minivan junto con otros tres compañeros y un montón de cajas llenas de lo mismo, dividimos las entregas, y para mi suerte me tocaron los lugares que esperaba evitar. Terminé entregando cajas en hogares donde la ayuda no era tan necesaria, a mi punto de vista. Incluso, considerando como estaba la situación, me resultaba algo molesto que aquellas personas capaces de ayudar, no ofrecieran su ayuda cuando se necesitaba. Pensé en la mujer que había ayudado el día anterior, mientras una chica de unos dos años menor que yo me arrojaba el dinero de lejos, como si tuviera lepra o algo peor, para después insistir de manera innecesaria que me fuera. Resistí ese impulso de idiotez que me rogaba que le lanzara de regreso su dinero en la cara y me fui.

Estaba tan concentrado en mis deberes y en no decir algo de lo que me arrepentiría, que no había notado que estaba en la misma colonia del día anterior, pero lo que me llevó a notar eso, fueron los gritos de aquella mujer que me llamaba desde su patio. Me acerqué a ella preguntándome si podía hacer algo para brindarle algo de ayuda, cuando en realidad, sería turno de su hija. "Lo hizo para usted ayer después de que se fue", dijo, mientras me entregaba un pedazo de tela rosa con una calavera dibujada con crayón morado. Después, la pequeña salió de su casa usando uno igual, cubriendo su rostro. Se acercó a mí para saludarme, de lejos, obviamente, y darme algo de gel antibacterial. "Dice que también quiere ayudar", me dijo la señora con una sonrisa en el rostro. Mientras sonreía decidí quitarme mi bandana y usar la que esa criatura me acababa de regalar. Ambas sonrieron y la pequeña dio unos cuantos brincos por la emoción. Me despedí de ambas y regresé con mis compañeros, pensando que por más adorable que sea el deseo de ayudar de esa pequeña, ojalá que cuando ella crezca, no hagan más falta estas cajas.

Relatos de la cuarentena © Todos los derechos reservados 2020
Creado con Webnode
¡Crea tu página web gratis! Esta página web fue creada con Webnode. Crea tu propia web gratis hoy mismo! Comenzar