Crónica del Covid-19 desde California
Por Martín Camps
Veo el calendario de principios de marzo con nostalgia. Antes de que azotara el coronavirus las calles estaban concurridas y los cafés boyantes. Es después de todo el inicio de la primavera. Sin embargo, llevamos dos semanas en casa. El hombre de la paquetería toca el timbre, deja un sobre y regresa rápidamente a su camioneta antes de que salgamos a recibirlo. El miedo es recíproco. Nos hemos convertido en sospechosos. Me despierto en la madrugada y veo los videos que llegan de Italia, personas despidiéndose de sus familiares en un Ipad porque están en la sala de espera de la muerte, entubados, ahogándose con el agua acumulada de sus pulmones que el virus les ha carcomido. Concilio el sueño haciendo un esfuerzo para no caer en la paranoia. El virus se llama el Covid-19, el presidente Trump lo quiere nombrar el virus de Wuhan para fastidiar a China y porque él tiene siempre que odiar a alguien. Creo que el 2020 (bisiesto) será el año de la peste, el año perdido, y el 2019 el año que simplemente no termina de irse con sus malas noticias.
El estado de California ha declarado que 40 millones de ciudadanos deben permanecer en casa. Las calles están desiertas, salvo uno que otro atolondrado y los desobedientes que se creen mejores a todos. Los niños no tienen escuela, así que estas dos semanas parecen domingos continuos. En un esfuerzo para crearles un curriculm improvisado, les leo algunos de mis libros favoritos. Me doy cuenta que hacía años que no leía La metamorfosis de Kafka. Me acordaba de la anécdota general y ese íncipit histórico: La mañana en que se despertó Gregorio Samsa se encontró transformado en un insecto. El título en la versión original en alemán es "Die Verwandlung", que refiere a una "transformación" que en sus traducciones al español y al inglés se convirtió en "La metamorfosis" un título más biológico y de tono mítico. Se sabe, la anécdota es la de un vendedor de telas que una mañana inusitada sufre una mutación y se convierte en el apestado de la casa, a pesar de que era el ganapán de su familia. Su hermana Greta es quien se ocupa de alimentarlo mientras se escabulle debajo de los muebles y camina por los techos. El padre lo desprecia, como ya sabemos, la relación de Kafka con su padre era conflictiva, como lo demuestra su Carta a mi padre donde lo culpa de autoritario.
Este libro se actualiza a más de cien años de su escritura, 1915 (tres años antes de la gripe española) porque los que se transforman por acarrear un virus, se convierten en esos escarabajos que son encuarentenados por la sociedad. La madre de Gegorio sufre un desmayo al verlo y los inquilinos de la casa huyen al ver tamaño escarabajo. Al final, como sabemos, Gegorio se da cuenta que no es necesitado por su familia y que debe morir, su cabeza cae hasta ser descubierto muerto por la sirvienta y la hermana. Se han librado del apestado, ahora pueden seguir sus vidas. Leer a Kafka es presenciar el germen del realismo mágico, porque nadie cuestiona el por qué alguien se puede transformar en un ser cucarachesco, lo aceptamos en sus nuevas leyes universales. Le peste nos ha convertido a todos en sospechosos, en posibles focos de infección del virus. Todos somos Gregorio Samsa. Las pestes revelan también las disparidades del mundo. El Covid-19 no ha respetado a personajes famosos (Tom Hanks), deportistas (Kevin Durant) o la realeza (Prince Charles). Es el gran ecualizador y también el desenmascarador del capitalismo.
Daniel Defoe, que sobrevivió una peste con la única estrategia posible, guarcerse en casa, escribió en ese lapso El diario del año de la peste (1722) para narrar su experiencia. Escribe: "Another plague year would reconcile all these differences; a close conversing with death, or with diseases that threaten death, would scum off the gall from our tempers, remove the animosities among us, and bring us to see with differing eyes than those which we looked on things with before." La plaga quita las diferencias entre los humanos y nos hace ver con nuevos ojos. En el libro incluye gráficas de números de muertos, así como nuestra nueva obsesión, leer los números de infectados, decesos y recuperados. Este era el año de las Olimpiadas en Japón, ahora canceladas. Nos queda ver ahora un medallero en rojo de la muerte. China en primer lugar, en segundo, Italia y en tercero Estados Unidos. Nadie quiere llevar la delantera en esta competencia del horror.
Convertidos ahora en ociólogos, confinados en nuestras casas mientras afuera de la ventana se exhiben días gloriosos donde la primavera se deslizó sin retraso, vemos ahora las pantallas con más frecuencia de la acostumbrada. En el universo internético los memes son el virus cibernético. Un grupo de gatos estornuda y todos huyen despavoridos. Ante la ausencia de papel higiénico en los supermercados, en un meme, un rollo pintado de morado se vende como si fuera vino añejado. Las mil ocurrencias graciosas de estar atrapados con la familia, como una navidad en primavera. Otro es de un hombre que dice haber encontrado a un niño en su casa que dice ser su hijo. El humor ayuda a poner distancia con la gravedad de la situación, con el miedo al contagio. La televisión, la caja idiota, ahora ocupa un lugar principal en las casas. Ver series de Netflix, quemar tiempo, esperar, evitar el contagio para dar un respiro a los trabajadores de la salud que están trabajando sin descanso, los hospitales repletos. El apocalipsis es así, por tandas, como una hoz centenaria. Lo único que se nos pide es amasar el aburrimiento, por ahora, antes de que la ayuda del gobierno por el desempleo se agote, antes de que se viralicen los despidos. El galeno musulmán Ibna Sina (980-1037) dijo: "La imaginación es la mitad de la enfermedad. La tranquilidad es la mitad del remedio. Y la paciencia es el comienzo de la cura". Con eso en mente me voy al sofá con Juego de Masacre de Eugène Ionesco y La peste de Albert Camus. Dos lecturas sobre el peligroso bacilo del miedo y la similitud de la peste con el totalitarismo.