En tiempos de cuarentena

05.05.2020

Colaboración entre Aura y Gala Torres 


Por Graciela Chávez


Qué día triste y gris, parece que se hubiera enterado que acabo de morir. No, en realidad no he muerto, me mató él. Sabía que en algún momento podía pasar pero jamás que fuera hoy, un día sin sol. No traigas a mis hijos aquí, pedazo de mierda. Son pequeños y no entienden nada. No hace falta esta escena. Apenas tienen seis y cinco años, son hermosos. Déjalos que jueguen en el patio. No puedo hablar.

Es increíble recordar cómo conocí a Ángel, apenas tenía dieciocho años, el último año de la secundaria, que bella etapa. Él tenía veintidós y mucha más experiencia que yo. Mi único novio antes de él había sido Claudio, que nunca se me declaró tal vez porque era una asignatura pendiente declarar primero su homosexualidad. Estar conmigo le aseguraba cierta posición ante los compañeros y nunca pasamos de abrazos y besos. En una fiesta encontré a Ángel, que nombre ridículo pensé, pero me enamoré como una tonta, era muy joven. He odiado ese momento desde que nació mi primer hijo. No sé por qué razón fijo esa fecha como el inicio de todo cuando en realidad Ángel siempre fue un maldito. Tal vez cuando nació mi hijo encontré un amor mayor, algo que no se parecía a lo que podía haberme ofrecido. Eso sí era amor. Un mundo en un pequeño ser. Podía mover la tierra solo por él, mi amado Joaquín, precioso y bello. Inmenso amor, de colores y magia, de carcajadas y murmullos cómplices, mi amor perfecto. Con Ángel fueron dos años de noviazgo y en ese tiempo cuanto perdí, fiestas, viajes, amigas, oportunidades y lo peor de todo es que de a poco perdí a mi familia. Qué loco es el amor, cómo pude pensar que su familia me amaba más que mis propios padres. Cuanta tontería, solo era una forma de atraparme o solo era yo creyéndome rebelde. Pobre mujercita frágil que era la presa de una araña cuando cae en su tela. Me casé y fui a vivir a la casa de mi suegra, esa que me quería tanto. Tanto que cuando Ángel me gritaba se hacía la sorda, o que luego de los primeros golpes me convenció que yo lo provocaba. Debía ser comprensiva, amable, buena y en particular accesible cuando él quisiera intimidad. Debía, debía, solo debía yo. Él no debía ser ni hacer nada especial. Solo ser el mismo hombre dueño de mi vida por ocho años. La vida parecía que cambiaba al nacer mi segundo hijo, Lautaro. Nos fuimos a vivir solos y eso para mí era una esperanza. Pero podría decirse que solo cambió el escenario, nada se da de forma mágica. Sumado a esto mi suegra se encargó de convencer a mi esposo que Lautaro no era su hijo, el pequeño nació con un leve retraso, producto de la vida que me regaló Ángel durante el embarazo, sus adicciones y cuánto más.

Es increíble cómo nos vamos acostumbrando a todo, cómo se normaliza, se nos hace piel y nos parece que siempre será así. Nunca empecé la carrera de mis sueños, empecé a trabajar en la panadería de un tío de Ángel, conocedor de todos mis padecimientos. Pero lo que sucede en la familia queda en la familia. Flavia, mi compañera de trabajo me animó siempre a que contara la verdad, que dijera todo esto, que denunciara a Ángel. Me lo dijo hasta que alguien la escuchó y le advirtieron que cuidara su trabajo. Nunca más hablamos del tema. Pero solo yo era la responsable de lo que me sucedía, nadie más. Debía enfrentarlo, debía dar vuelta la tortilla de una vez y por todas. Empecé a planearlo, a anotar en mi cabeza opciones, posibilidades, contactos que pudieran ayudarme, a esconder dinero. Pronto tendría lo que necesitaba para irme con mis hijos.

Me faltaba poco para lograrlo y llegó la pandemia. Qué fácil es decir quédense en sus casas, allí van a estar seguros. La convivencia las veinticuatro horas con un hombre como Ángel es casi peor a enfrentarse con un virus mortal, las rutinas, los malos tratos, los insultos, mis nervios para minimizar todo ante los chicos. Ayer fue un momento de calma cuando se fue al supermercado a comprar víveres y Joaquín con sus tiernos seis años me dijo: Papá es malo, vamos a otra casa. Mi hijo ya no es pequeño, se da cuenta de todo. Ha crecido de repente viendo cosas que jamás hubiera querido que viera. El problema fue cuando regresó y me vio llorando con Joaquín. Ángel se puso furioso, odia que Joaquín llore, le dice maricón y lo encierra en su dormitorio, así lo hizo. Allí se desató la pelea, casi no discutí pero me dio una terrible golpiza. Hoy amanecí ahogándome con sangre, mal, muy mal. Ángel me vio pero no va a llamar a nadie. Cómo exponerse. Cualquiera se va a dar cuenta que esto no es un virus, no. Desde hace unos minutos me siento muerta, pude ver como mis hijos se acercaron a la cama temprano mientras Ángel les decía que estaba enferma, que no me tocaran, también los vi en el patio incluso vi cuando mi marido salió y regresó nervioso con su madre. No puede ser, mi cuerpo está tendido en la cama. Estoy muerta, dejen de tocarme, no me envuelvan en esas sábanas.

De repente golpes, ruidos, mis hijos llorando, grita mi suegra como loca, siguen moviendo mi cuerpo, son muchas personas, demasiadas luces. Acabo de despertar, estoy conectada a tubos y llena de cables en un hospital, no entiendo nada. ¿Mi vecina Lourdes aquí?, ¿mis hijos? Intento preguntar pero no puedo hablar. Ella se acerca y habla : Natalia tranquila, estás cuidada y tienes que mejorarte. Tus hijos están con tu hermana. Ángel y tu suegra presos, te creyeron muerta e iban a tirarte por algún lado. Te pido perdón, siempre escuché tus gritos, las discusiones y todo, pero mi marido me decía que no era problema mío. Te preguntarás por qué lo hice esta vez. No escuché tu pelea, escuché a Joaquín que gritó hasta ahogarse o hasta que regresó tu marido, Ayudaaaa mi mamá está muerta. Lautaro se sumó y eran sus voces de niños pidiendo ayuda lo que me conmovió. Pensé que te había pasado algo diferente, llamé a la policía y cuando entramos tu marido junto a tu suegra te habían envuelto en sábanas. Todo va a estar bien.

No puedo dejar de llorar, me salvé. En realidad no, fueron mis hijos. Son ellos los que me salvaron de algo peor que un virus en tiempos de cuarentena.            

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