Ella vio mis canas...

30.04.2020

     Dibujo de Evangelina Ayala Cedeño



Por Celeste Flores


Se suman tres semanas desde la última vez que tuve un día de rutina, últimamente los sonidos de las casas de junto me son tan peculiares, puedo ser partícipe de sus nuevas actividades, y poco a poco me he sumergido en las mías, cada día que pasa es una aventura, sin una rutina establecida y sin un horario que acatar, hace que esto sea más confuso, no sé porque es tan complejo estar encerrada en su propia casa. Intento ser optimista para no hacerle ver a ella que la cuenta se achica, y que los problemas se agrandan, ella es en este momento el centro de mi universo, un universo de tan solo 100 metros cuadrados, que a veces me parece tan estrecho, y no, no es que no lo fuera antes, es que ahora tiene otro sentido.

Cada día que despierta hace la misma pregunta, ¿Mamá ya se terminó la pandemia?, No hija aún no... y sus enormes ojos que se abren al contestarle es como si se acabara su ilusión, trato de sonreírle, de que no me vea preocupada, y luego hacemos planes para ver qué haremos del día, de su día, es entonces cuando vuelve a encender su motor, estar encerrada con dos adultos debe ser peor de lo que pueda yo alcanzar a comprender, es por ello, que hacemos de todo para que esté ocupada y en la medida de lo posible, feliz.

Ella a veces me pilla durmiendo más de la cuenta, y sin hacer ruido busca la manera de bajar a la sala y encender la televisión sin hacer ruido, a los cinco minutos sube para ver si ya estoy despierta y darme un enorme abrazo de buenos días, una recarga de pila para volver a estar encerrada buscando que hacer con ella misma.

El trabajo no tiene horario y a veces lo aplazo, estoy tan metida en esta nueva YO que me sorprende lo rápido que es estar aquí adentro y ver como de pronto llega la noche, y no sé en qué momento llegó, luego vuelve a hacerse de día, y otra vez, no sé cómo pasó, es como si algo estuviera hechizado aquí dentro de casa, y me pregunto por el exterior, los días de hace más de tres semanas eran todos distintos, y aquí todo parece igual. Cuando me sofoco veo las noticias, y solo así veo lo que pasa en la ciudad, la cual no me sorprende, porque solo somos unos cuantos que seguimos en el privilegio de vivir encerrados.

Pero no tengo mucho tiempo para sofocarme, siempre me habla y me busca, y cuando estoy distraída, vuelve a llamarme, Mamá, mi papá está haciendo algo en el patio, ¿puedo salir? Es tan pertinente su pregunta, ¿puedo salir?, cuando veo su cara encogida de hombros, con temor, me pregunto si las advertencias fueron exageradas y si ella, por poco se da cuenta de que las cosas no mejorarán pronto. Y entonces sale al patio para ver un nuevo proyecto de remodelación de su papá.

Esta casa nos ha sorprendido, se puede limpiar, recoger, ordenar, remodelar, y nunca se termina, es como si reflejara lo que intentamos hacer con nosotros, un día a la vez me repito, un día a la vez le digo a ella, y él me dice, qué vamos hacer después. Y la angustia vuelve otra vez a mí, y es cuando recurro a sus brazos y viene ella detrás de mi hacer nuestro, el abrazo de los tres, y todo vuelve a la calma.

En realidad si trato de ser objetiva, no lo lograría, porque somos un mar de sentimientos que oscilan como las olas, y lo que parecía tener sentido ahora, ya no lo tiene, de pronto, solo en un instante, con una breve mirada en silencio, en un día de esos sin sentido, ella vio mis canas, y su sorpresa fue tanta, que con sus enormes ojos, y con su pelo chino moviéndolo de un lado a otro, lo negó todo... ¿Mamá estás envejeciendo muy rápido? Su voz sonaba asustada, le dije, la verdad hija es que no me he pintado el pelo en muchos días... y con sus manitas me tocó la frente, como buscando más, me abrió las sienes y me esculcó hasta el cuero, luego me pidió que me acercará a la ventana, estaba tratando de entender un hecho tan simple, su mamá tenía pelo blanco. La sorpresa le entristeció mucho, y luego de un rato me dijo, ósea que eres así, y yo no lo sabía, se sentó junto a mí, me tomó de la mano, y me dijo: ¿Desde cuándo eres así mamá, desde cuándo estás envejeciendo? No supe que responderle, me quedé callada un rato, y recordé las palabras tan amargas que alguna vez mi mamá me dijo... "te cuesta tanto aceptar que tu madre está envejeciendo", obviamente no se las dije.... Tiene solo ocho años, no sé si entendería esas duras palabras que apenas entendí este día, y sí, en ese instante entendí que todo lo que ella recordará de este confinamiento, es que su mamá está envejeciendo y lo descubrió en confinamiento, luego de un minuto me sonrío y me dijo, Si no estuviéramos aquí jamás hubiera descubierto tu secreto.

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