Divisible corpóreo
por Rocío Cerón
i.
Mientras el mundo calla, entre muros se esparcen los susurros. Acantilado donde las voces profesan el tiempo de la sangre.
ii.
Palabras no dichas o palabras como cuerpo. Enunciado y despliegue sostenido de sobrevivientes. Salvaguarda de memoria conjunta en un puro existir herido.
iii.
A tientas, con la punta del pie, en la fragilidad de la envoltura o la piel que lame heridas, se desenvuelven los plisados de un gesto. Todo cuerpo remite a un abismo, temblor de mano y palabra.
iv.
Más imperioso deseo que el que ofrendan las manos, más abajo, en la fisura del suelo, se infiltra, hiende. A su peso se muestra el deseo de adherirse y quedarse en forma, como idea fija. Es el agua, feroz y testaruda, que no conoce la muerte.
v.
En el borde, horizonte milenario de vestigio, la trazadura de esa primera historia. Puesta en voz, boca semiabierta, onda áurica, cobijo de palabra para decir casa, mano, barro; en mundo de sombras habrá de encontrarse el silo.
vi.
Perturba el silencio solo si, solo si. La belleza reside en guardar ese primer olvido. Ese tedio. Sobre el abismo se acuna la espera. Memoria subcutánea, casi femoral, donde la palabra aquí -vacío de estancia y asidero- se ata a la garganta y libera.
vii.
Comienza, en ambigüedad, la noche. Las siluetas, fotografiadas, suplen el tono de voces en las calles. Semanas y semanas en terraza ajena. Resplandece la lluvia. Silencio ante la inminencia de otro cuerpo.
viii.
Ante la ausencia, el encuadre, la posibilidad del trayecto, la ruta de los bordes, la complejidad de un doblez; sagrados ministerios son las huellas de las nucas sobre el lecho.