Adiós niños, que les vaya bien.

26.03.2020

"Adiós niños, que les vaya bien. Nos vemos el próximo martes, recuerden venir vestidos de verde y traer sus monedas de chocolate. Recuerden que vamos a llevar a cabo la actividad del día de San Patricio". Estas fueron las palabras con las que el jueves 12 de marzo me despedí de mis alumnos de tercer grado de primaria en el colegio en donde ejerzo como maestro de inglés, han pasado 10 días y no nos hemos vuelto a ver. Días previos, en los periódicos y noticieros, nos informamos de toda esta situación que afectaba a Asia y Europa, un virus sorpresivo que invade tus pulmones, que te provoca tos seca y en el peor de los casos, hasta la muerte, su nombre: coronavirus (COVID-19). Los países infectados declaran cuarentena entre los habitantes de sus ciudades más afectadas. Diariamente en las redes sociales vemos a personas hablando en italiano, desde sus hogares, aconsejando a un México que aún no sabe que en días próximos le espera lo mismo. Hasta ese momento todo parece tan lejano para nuestro país y para mi estado, Nuevo León. A pesar de los comunicados internacionales, la gente va y viene, las calles aglomeradas, los medios de transporte a su máxima capacidad y los falsos datos que provienen de todos lados acerca del cómo el virus ataca, o de cómo es que el virus se introduce en tu organismo y dónde se aloja y hasta de cómo se debe prevenir. Un día antes de la despedida que tuve con mis alumnos se daría el primer caso de COVID-19 en Nuevo León. Es ahora cuando todo se vuelve una realidad y el pánico se apodera de una sociedad, de por sí, ya nerviosa. Los primeros en desaparecer son todos los artículos de higiene y limpieza: antibacteriales, jabones líquidos y el papel higiénico. Este último es llevado por montones en los carritos de supermercado, la razón nadie la conoce, en lo personal, resultado de alguna crisis colectiva. Llevo más de cinco años ejerciendo como docente de inglés y no he visto algo similar. Con el primer caso del virus los dimes y diretes toman más auge. En la televisión empiezan las coberturas y las "últimas horas". El gobierno pronto tomará la palabra y en mi mente veo venir lo que todos ven muy lejano: la suspensión de clases. Y el número de infectados crece. En la junta de consejo técnico de primarias del día siguiente todo transcurrirá "normal". Los maestros esperan con ansias el "fin de semana largo" pues el lunes no tendremos clases. Nos despediremos con un cálido "nos vemos el martes", y nadie se imaginara la noticia. El fin de semana se opta por adelantar vacaciones y así prevenir más contagios. Sin embargo, los maestros tendremos que cumplir, así que extraordinariamente asistimos una reunión con el miedo de tocar cualquier superficie. Intercambiamos "lo último" que hemos escuchado acerca de la situación. Pronto se optará por continuar las clases a distancia. Y los casos siguen creciendo. Para el 20 de marzo ya estoy en casa, elaborando toda la planeación de las actividades de los niños para las siguientes dos semanas de cuarentena. Y el miedo sigue latente. A pesar de que hasta este punto las medidas de prevención no son muy estrictas, sentí un terror cuando, un día por la mañana, y por medio de un altoparlante, el gobierno de mi municipio nos indicaba no salir de casa y en caso de detectar algún síntoma llamar a tal teléfono. Me transporté a Italia y España. Sin decir nada, pasé saliva. Los días en cuarentena han ido algo tensos. Sin duda alguna, estos días han sido de muchos cambios: no saludamos de mano, nos lavamos las manos cada media hora y limpiamos cualquier superficie que haya sido expuesta. Es casi imposible quedarse en casa para algunos, sobre todo los que viven del diario. Mi hermana es una de ella, atraviesa por un divorcio reciente y sale todos los días a trabajar para sustentar su casa. Ya ha ido una vez al doctor ante un ligero dolor de garganta. La psicosis nos pega a todos. En estos días he pensado tener el virus en al menos tres ocasiones. Todo se ha detenido y modificado. La iglesia ha cerrado sus puertas a las celebraciones a unos días de Semana Santa. En el Vaticano el Papa dio la bendición a una plaza de San Pedro vacía. Le hemos visto recorrer las calles vacías de Italia. Nadie se ha salvado, ricos, pobres, famosos, desconocidos, todos estamos vulnerables al contagio. Lo que en un principio se decía, resultó no ser del todo cierto, el virus no respeta edades. Mientras tanto yo, desde casa reviso mi correo electrónico, envío tareas y hablo con los papás de mis alumnos por este medio. Leo las últimas noticias, pero me da dolor de cabeza. Limpié mi cuarto, ¡a profundidad! He realizado video llamadas con mis amigos y nos hemos escrito por chat los planes que tenemos pendientes y los que haremos una vez que todo esto haya pasado. Pienso en el día en que se permita salir libremente a disfrutar lo más simple. En países como China, donde se originó todo este caso, y después de varios meses de cuarentena al fin pueden salir a las calles. Esto da esperanza a los que vamos empezando. A pesar de los planes y la euforia, no me imagino el volver a las reuniones con mis amigos los viernes, a salir a correr al parque, abrazar a mi familia cuando lleguen a visitarnos. No me imagino volver la vista atrás y vernos a todos en nuestras casas, psicóticos, paranoicos, pero aun así me lleno de optimismo. Y pienso en los que no lo lograrán también. Pienso en todos esos grupos de amigos que no podrán reencontrarse después de este periodo largo de resguardo, en todas las familias que quedarán incompletas. Pienso en los que en este momento están luchando por regresar a casa, y continuar con sus pendientes, cierro mis ojos y me imagino caminando en un pasillo de hospital dándoles la mano y dándoles palabras de aliento. Me entra el pánico de saber que pueda ser yo el que pueda estar ahí. Pienso en mi vulnerabilidad, y en la de todos mis allegados también. La primer semana "fuerte" de transmisión casi termina. Nos queda una semana más para ver cuántos se han infectado. No quiero hablar de números, me pone ansioso. Espero que el día de mañana que leas esto, lo puedas hacer desde un parque, desde un transporte público, disfrutando de tus vacaciones en una playa, en un río o en un rancho, acompañado por todos los que más quieres. Espero que hayas soportado este encierro y que todo haya salido de maravilla para ti y tus seres queridos. Por esta ocasión me despido, espero escribir y existir todavía en los próximos días, meses o años hasta que la vida, Dios o el destino me lo permitan, aún tengo que ir a pensar en qué es lo que haré al final de esta cuarentena, ¡me quisiera comer al mundo! 

Carlos Alberto Castillo Arriaga

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