Casa empolvada
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Dibujo de Luis Frías Leal
Por Luisa Fernanda Martínez Lozano
Quedarse en casa no es quedarse solo. Quedarse en casa es quedarse con uno mismo. Quedarse en casa no es aislarse, es encontrarse en el rincón de una habitación empolvada. Quedarse en casa es quitarse el polvo. Quedarse en casa es encontrarse después de haberse perdido por lo mundano. Quedarse en casa es caminar en una calle transitada de pensamientos efímeros y volátiles. Quedarse en casa es amarse desde las profundas raíces de un alma desnuda que sonríe, y en otras ocasiones, se deprime. Quedarse en casa es mirarse, incluso cuando los ojos se han cansado. Quedarse en casa es leer el libro que habías empezado, pero que nunca terminaste. Quedarse en casa es viajar entre las letras de una lectura. Quedarse en casa es salvar el mundo, haciendo nada. Quedarse en casa es proteger a quienes un día nos dieron la vida. Quedarse en casa es recordar que el aislamiento no nos separa de la familia. Quedarse en casa, es el aliento para quienes creen haber perdido el aire. Quedarse en casa es el impulso de continuar los proyectos inconclusos y tejer los hilos sueltos de la mente. Quedarse en casa es tocarse las heridas sin que duelan. Quedarse en casa es cepillarse el cabello y desenredar los nudos de las emociones que se habían quedado en la garganta. Quedarse en casa es escarbar un pozo de tierra en el interior, arrancar las raíces y encontrar quienes somos y de dónde venimos. Quedarse en casa no es quedarse en casa. Quedarse en casa es quedarse con uno, es decidir quedarse con todo o quedarse con nada.