Caminamos sobre una cuerda

07.04.2020

Fotografía: A través de la ventana de Laura Isabel Reyes Solórzano 



Por Irma Nydia Lagunas Beltrán


Hoy por la mañana acudí al hospital. En las noticias radiofónicas escuché que en Ecuador un reportero rompió en llanto al pedirle a la gente que se quedara en casa. En aquel país algunas víctimas por el COVID-19 impregnan con olor mortecino sus casas; no hay manera de trasladarlos a la morgue. El olor a muerte se convierte luego a cuerpos quemados en plena calle. Así están despidiendo allá a sus muertos. ¿Los rebasó la ola antes de enfrentarla con toda su fuerza? Quizás. Ante esto, el reportero rompió en llanto mientras daba la nota. Volteé hacia la calle y vi a un matrimonio joven, con indumentaria atlética y con una bebé en carreola. Los tres sin ninguna protección. Luego miré hacia el parque y había gente caminando, en bicicleta, niños con padres -jóvenes también-. Están de vacaciones, pensé. La pandemia nos hermana con Ecuador. ¿También nos rebasará la ola? La desobediencia social envía muchas preguntas que demandan respuestas. ¿Por qué la gente no se queda en casa? Requerimos respuestas para frenar la enfermedad física, pero la indiferencia, el nimio amor a la vida, la abulia ante la responsabilidad por la salud de los demás, la sordera social, pareciera que no. ¿Por qué? ¿Es acaso la ignorancia, la desinformación, la necesidad imperiosa de salir a ganarse la vida, el valemadrismo? ¡Quién sabe cuál será la razón!,  la gente sigue saliendo de casa y ese era en parte el motivo del llanto del reportero. La desobediencia social acá en México no es lejana a la de Ecuador. ¿Será acaso inconsciencia, inmadurez propias de la juventud, del estatus social de aquellos que suponen esta etapa como receso vacacional? ¿Será la poca imaginación y tolerancia para enfrentar el aislamiento? Y me refiero a este sector porque en esas áreas no ves al que vende semillas, pan, fruta, ellos tienen otras razones, supongo. Llevo en aislamiento un año. Este mes lo cumplo. He aprendido mucho y no lo resiento en lo absoluto. El mayor aprendizaje del encierro: El único lujo o privilegio con el que nace un individuo es la salud. Nacer sano facilita que la vida fluya. Y si no naciste o corriste con la suerte de un organismo sano, aún así, puedes ir librando obstáculos con la enfermedad, si eres responsable de tu organismo. La salud es un don, un regalo de la vida misma; hay que cuidarla. Desde que nacemos, caminamos sobre una cuerda floja. A veces se tensa, otras vibra. Somos frágiles, vulnerables, y podemos caer. Quizás la falsa idea de que somos fuertes es la mezcla salud y juventud. Sin embargo, los jóvenes también caminan sobre la cuerda y también pierden el equilibrio. Una noche antes -también de regreso de una consulta médica- dos parejas de chicos y chicas, salieron de una tienda de autoservicio con cartón de cerveza, six. Botellitas muy bonitas, azules. Estaban de fiesta. Tampoco es para enclaustrarse me queda en claro, pero estamos muy alejados de una verdadera conciencia social. De un real interés por el otro. ¡Vaya, no estamos en sintonía! Los países que descubrieron a través del canto que existían los vecinos, no están muy distantes de la tribu sentada alrededor del fuego. El miedo y la lucha por la supervivencia los unía como grupo y ahora se repite, solo que desde los balcones. Ahora es un enemigo invisible, pequeño pero poderoso. El canto aminora el miedo, empata, hermana, fortalece, anima. Tal vez dentro de una o varias semanas Ecuador descubra el canto. Cuando estén guarecidos. Y sea canto y no llanto el que los separe, el que los aísle. Sea canto el que comience a curar las heridas. México no está tan lejano de una realidad triste e irremediable, pero aún está a tiempo. ¡El mensaje es claro y directo: ¡Quédate en tu casa! Mensaje subyacente: Respeta la vida de los demás. Yo, lucho por mi vida diariamente, creí ser bastante vulnerable y tal vez así sea, pero hoy me di cuenta que no es así. Estoy en las mismas condiciones que el resto. Mis circunstancias de supervivencia son iguales a las de muchos que irónicamente salen a ejercitarse para estar sanos. A festejar para sentirse vivos. Todos, ellos, yo, caminamos sobre una cuerda floja. El equilibrio se pierde fácilmente. La desobediencia social, la irresponsabilidad, el nulo respeto por el organismo del otro, harán que tiemble la cuerda y muchos caerán al vacío. Quizás algunos responsables de la acción no caigan y continuarán la fiesta. Otros quizás escuchen el canto de la tribu. El canto, al fin poesía, al fin activador de las emociones y la imaginación los unirá al clan. Se darán cuenta que forman parte de un grupo y aprenderán a cantar y quizás a leer y tal vez a despertar la mente adormecida. Aprenderán a verse en el prójimo y descubrirán el abrazo y el llanto. Y el llanto y el abrazo tendrán otro significado. Una historia muy distinta al del reportero que se ahogó con su llanto por culpa de una sociedad que no supo entender el mensaje: ¡Quédate en casa! Mientras sus fosas nasales aspiraban el aroma fúnebre de los cuerpos quemados en la calle. Las únicas fosas de las que fueron dignos sus muertos y cuyo recuerdo se perdería en el tiempo, mientras el pueblo seguía de fiesta. 

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