Juno
Foto de FЯE
Por Cinthya González
4 de abril 2020
A lo lejos escucho un ronroneo suave, que poco a poco me va trayendo del sueño en el que estaba. Con el paso de los días el sonido del despertador que me levantaba todos los días, se ha convertido en este suave ronroneo que me regresa más puntual que reloj suizo de las tierras de Morfeo.
No, aún no me quiero levantar, ¿para qué? No tengo compromisos. Dormiré un poco más.
Intento regresar al sueño donde estaba antes, pero el suave golpeteo de una pequeña pata acolchada en mi mejilla y luego en los ojos me trae de vuelta de nuevo.
Siento unos bigotes que me hacen cosquillas en la cara, mejor abro los ojos, lo que sigue no me gustará, esa mordida en la pantorrilla por muy cariñosa que sea siempre me levanta de un salto de la cama, medida un poco salvaje pero que le resulta bastante efectiva a esta pequeña felina hambrienta.
Aún dormida avanzo hacia la cocina, el suave pelo de Juno vibra contra mis piernas mientras se entreteje su andar con el mío.
En cuanto abro el refrigerador se escucha el primer maullido, que será de otro y otro más, cada vez más insistente -por no decir desesperado-, hasta que el plato de comida esté en el suelo.
Calma de nuevo, ahora sí, mientras Juno se apresura a devorar todo el contenido del plato tengo unos minutos para prepararme un café. Me lavo la cara, los dientes, intento -sin lograrlo- aplacar la cabellera que por la noche dobló su tamaño, a lo lejos el sonido del gorgoteo me indica que el café está listo.
Por fin, café.
A medida que el líquido tibio resbala por mi garganta, camino rumbo al pequeño patio central de mi casa, un pequeño lujo en esta modesta casa antigua que aunque no muy grande conserva la arquitectura tradicional: patio central, cuartos conectados entre si y techos altos que mantienen la frescura de la casa durante el verano.
Otro maullido, esta vez no tan amable, me he demorado más tiempo del usual revisando la pequeña y generosa planta de tomate que tenemos en una maceta y que está siendo ferozmente atacada por una plaga.
Los maullidos se intensifican, estos días de encierro hemos establecido una pequeña rutina que Juno insiste -en ocasiones llegando a extremos- que se respete. Por fin llego al Spa (un tapete acolchado con esas letras que es su favorito), tomo el pequeño cepillo y comienzo a pasarlo por el suave pelo, ella me va guiando: la cara, los bigotes, el cuello, el lomo; un grito, sin querer me extendí en ese último movimiento y le cepillé las patas, lo odia, así lo dice la mirada feroz que me lanza como advertencia.
Continúo cepillando el costado, y poco a poco, los maullidos se trasforman en ronroneos suaves y agradecidos, la lengua rasposa de Juno empieza a recorrer mis manos como muestra de agradecimiento.
De pronto, se gira, su peluda y suave panza queda expuesta, me indica con una dulce mirada que puedo acariciarla. Hoy es un buen día, me han sido permitidos unos minutos de placer. Sin titubear dejo el cepillo y comienzo a deslizar mis dedos entre su suave pelo, en línea recta, en círculos, a contrapelo; Juno disfruta las caricias mientras ronronea acompasadamente y lame de vez en cuando mis manos. Sostengo su cabeza con una mano, mientras con la otra sigo acariciando la suave panza, en esos momentos no pienso en nada más.
Ese pequeño placer culposo es suficiente para regresarme la serenidad que este encierro con sus noticias alarmantes por momentos me roba. Cierro los ojos, me concentro en disfrutar el momento, mientras mis dedos recorren el suave pelo de Juno y escucho el canto de un pájaro a la distancia, pienso en lo mucho que tengo y lo poco que me falta para estar feliz.